La lucha por la industrialización y por la edificación del socialismo en la URSS (1925-1926)

 

A los cuatro años de iniciarse la Nep, la restauración de la economía soviética ya casi se había completado y la potencia de la Unión Soviética crecía sin cesar. La situación internacional había cambiado. El capitalismo había resistido el primer asalto revolucionario de las masas después de la guerra imperialista. Había derrotado al movimiento revolucionario en Alemania, Italia, Bulgaria, Polonia,…, con la ayuda de los partidos socialdemócratas oportunistas. Se había producido pues un reflujo temporal de la revolución proletaria mundial. En Europa occidental, se había iniciado una estabilización temporal y parcial del capitalismo. Pero esta estabilización no había suprimido las contradicciones fundamentales que desgarran la sociedad capitalista, y no podía por menos que preparar una nueva explosión de estas contradicciones, nuevas crisis en los países capitalistas.

La Unión Soviética también vivía un momento de estabilización, pero en este caso representaba una oportunidad para el desarrollo del socialismo. A pesar de la derrota sufrida por la revolución en los países europeos, la URSS fortalecía sus posiciones internas y externas. Resistió a las exigencias y amenazas de los imperialistas y, ya en 1924, Inglaterra, Francia, Japón e Italia accedieron a restablecer las relaciones diplomáticas con el País Soviético. Éste había sabido conquistarse todo un período de tregua pacífica.

Dentro del país, el esfuerzo de los obreros y los campesinos permitía que, para el curso económico 1924-25, la producción agrícola e industrial se acercara a la de antes de la guerra. Se desarrollaban obras básicas, la electrificación del país, el desplazamiento del capital privado por el sector socialista, el crecimiento del número de obreros, de su productividad, de sus salarios, la ayuda a los campesinos pobres y medios, así como la correspondiente incorporación de masas cada vez mayores a la actividad política. La dictadura del proletariado se fortalecía. La autoridad y la influencia del Partido bolchevique iban en aumento.

Pero la restauración de la economía nacional no era suficiente, porque significaba mantenerse al nivel de un país atrasado y dependiente de los países capitalistas, cuando la tregua conquistada permitía proseguir la construcción del socialismo. Aquí es donde se planteaba el problema, no ya teórico sino práctico, de las perspectivas y del carácter del desarrollo que experimentaba la Unión Soviética: ¿debía y podía la URSS construir una economía socialista, o se vería abocada a la degeneración y restauración capitalistas, al tratarse de un país atrasado que aplicaba la Nueva política económica favorecedora de cierto desarrollo de los elementos burgueses, y en una situación exterior de reflujo revolucionario? Los militantes y dirigentes necesitaban claridad al respecto; de lo contrario, su trabajo de construcción carecería de perspectivas y de ambición, hundiéndose ante las adversidades.

En conclusión, había llegado el momento de zanjar definitivamente el trasfondo de las discusiones que habían lastrado la capacidad de dirección práctica del Partido durante los últimos años. Los oposicionistas se vieron desconcertados ante esta contraofensiva de la mayoría bolchevique.

Trotski y sus seguidores sostenían la llamada “teoría de la revolución permanente”, la cual –como hemos visto- desconfiaba de que las masas campesinas mayoritarias en la URSS fueran a colaborar con el socialismo; desconfiaba de la posibilidad de construir el socialismo en el país debido a su atraso, mientras no pudiese acudir en su ayuda la revolución triunfante en los países más desarrollados. Ya fuera por alguna enfermedad o por su inevitable respuesta negativa al reto planteado por la dirección bolchevique, el hecho es que Trotski no participó en la primera fase de este debate.

Bujarin decidió enfrentarse a la posición de éste y sumarse a la defensa de la perspectiva socialista para el país, pero empezó a teorizar un curioso socialismo que conciliaba los intereses de la burguesía y del proletariado: sus consignas “¡enriqueceos!”, “integración pacífica de los kulaks en el socialismo” y “socialismo a paso de tortuga” daban la medida de su concepción ecléctica y evolucionista del socialismo, excluyendo la lucha de clases como medio de liquidar a la burguesía. A fin de cuentas, esto equivalía a coincidir con Trotski en la falta de confianza en construir el socialismo en la URSS. Pero, en esos años, se mantuvo alineado con la mayoría del Partido.

Zinóviev y Kámenev se sumaron también a la crítica de la “teoría de la revolución permanente” en la defensa del campesinado como aliado del proletariado en la conquista del Poder político y en su mantenimiento, pero consideraban que el atraso técnico-económico y el aislamiento internacional de la Unión Soviética no permitirían que, en ella, pudiese completarse la construcción del socialismo. Renunciaron a su punto de vista en la XIV Conferencia del Partido celebrada en abril de 1925, pero, luego, volvieron a defenderlo, formando sobre esta base la llamada “nueva oposición” que dio la batalla en el XIV Congreso del PC (b) de la Rusia, reunido ocho meses después.

La “nueva oposición” defendía que la Unión Soviética siguiese siendo un país agrario, que exportase cereales y materias primas a cambio de maquinaria, en vez de producirla ella misma. Exageraba los inconvenientes del desarrollo socialista del país hasta el punto de desnaturalizar las cosas: así, para los oposicionistas, la industria estatal soviética no era socialismo sino capitalismo de Estado; el campesinado medio no podía ser aliado de la clase obrera en la edificación del socialismo; la dictadura del proletariado era concebida como una dictadura del Partido Comunista; y la confianza de la mayoría del Partido en la posibilidad de desarrollar el socialismo en el país era una manifestación de estrechez nacional pequeñoburguesa.

Efectivamente, en su obra El leninismo, Zinóviev advierte: “… en la URSS, en 1925, hay que distinguir dos cosas: 1) la posibilidad garantizada de edificar el socialismo, posibilidad que también puede concebirse plenamente, claro está, en el marco de un solo país, y 2) la edificación definitiva y la consolidación del socialismo, es decir, la creación del régimen socialista, de la sociedad socialista”. Esto significa que admite la posibilidad de edificar, pero sin perspectiva de llegar a alcanzar la sociedad socialista. Por si quedara alguna duda sobre el significado de su sinuosa y escurridiza argumentación, ante la rotunda y clara afirmación siguiente de Yakóvlev: “…, tenemos derecho a decir que no sólo estamos edificando el socialismo, sino que, a pesar de ser por el momento los únicos, a pesar de ser el único país soviético, el único Estado soviético del mundo, llevaremos a cabo la edificación del socialismo”, Zinóviev objeta indignado, ante el XIV Congreso del Partido: “¿Acaso es ésta una manera leninista de plantear el problema?, ¿acaso no huele esto a estrechez nacional?”.

El XIV Congreso del PC(b) de la URSS –celebrado en diciembre de 1925 y que pasó a la historia como el congreso de la industrialización- rechazó el criterio político de la “nueva oposición” y demostró su trasfondo trotskista y menchevique, puesto que encaraba las posibilidades del socialismo en la URSS desde una actitud escéptica, derrotista y capituladora, encomendándose a la revolución mundial o, al menos, a la de Europa occidental. Contrariamente a la línea oposicionista, el Congreso trazó el camino para seguir luchando por construir el socialismo en la Unión Soviética, dando al Partido una perspectiva de éxito e infundiendo al proletariado la fe inquebrantable en el triunfo de la edificación socialista.

“Sí —contestaba el Partido—, el País Soviético puede y debe edificar una economía socialista, pues se dan en él todos los elementos necesarios para ello, para construir una economía socialista y para edificar una sociedad socialista completa. En Octubre de 1917, la clase obrera venció al capitalismo en el terreno político, instaurando su dictadura política. De entonces acá, el Poder Soviético ha tomado todas las medidas  necesarias para destruir la potencia económica del capitalismo y crear las condiciones indispensables para edificar una economía nacional de tipo socialista. La expropiación de los capitalistas y terratenientes; la conversión de las tierras, fábricas y empresas industriales, vías de comunicación y bancos, en propiedad de todo el pueblo; la implantación de la nueva política económica; la organización de una industria estatal socialista; la aplicación del plan cooperativo de Lenin: he ahí las medidas adoptadas por el Poder Soviético. Ahora, la tarea fundamental consiste en desplegar por todo el país la obra de edificación de una nueva economía, de la economía socialista, dando el golpe de gracia con ello al capitalismo también en el terreno económico. Toda la labor práctica, toda la actuación del Partido bolchevique deben supeditarse al cumplimiento de esta tarea fundamental. La clase obrera puede hacer esto, y lo hará. Y la ejecución de esta tarea grandiosa debe comenzar por la industrialización del país. La industrialización socialista del país es el eslabón fundamental por el que hay que comenzar la magna obra de la edificación de una economía nacional de tipo socialista. Ni la demora de la revolución en la Europa occidental ni la estabilización parcial del capitalismo en los países no soviéticos, podrán contener la marcha de la URSS hacia el socialismo. Y la nueva política económica sólo puede facilitar esta obra, pues ha sido implantada por el Partido precisamente para eso, para facilitar la edificación de los cimientos socialistas de la economía nacional del País Soviético.

Tal era la respuesta que daba el Partido a la pregunta acerca del triunfo de la edificación socialista en la Unión Soviética.

Pero el Partido sabía que el problema del triunfo del socialismo en un solo país no se reducía a esto. La construcción del socialismo en la URSS representa un grandioso viraje en la historia de la humanidad y un triunfo de alcance histórico universal para la clase obrera y los campesinos de la URSS. Pero es, a pesar de todo, una incumbencia interior de la URSS y representa solamente una parte del problema del triunfo del socialismo. La otra parte del problema la constituye su aspecto internacional. Fundamentando la tesis del triunfo del socialismo en un solo país, el camarada Stalin ha señalado más de una vez que es necesario distinguir entre los dos aspectos de este problema: el aspecto interior y el aspecto internacional. Por lo que se refiere al aspecto interior del problema, o sea a la correlación de clases dentro del país, la clase obrera y los campesinos de la URSS podrán vencer plenamente en el terreno económico a su propia burguesía y construir una sociedad socialista completa. Pero queda el aspecto internacional del asunto, es decir, la órbita de las relaciones exteriores, la órbita de las relaciones entre el País Soviético y los países capitalistas, entre el pueblo soviético y la burguesía internacional, que odia al régimen soviético y buscará la ocasión para desencadenar una nueva intervención armada contra el País de los Soviets, haciendo nuevas tentativas encaminadas a restaurar el capitalismo en la URSS. Y como éste es, por ahora, el único país del socialismo y los demás países continúan siendo capitalistas, seguirá existiendo en torno a la URSS un cerco capitalista, fuente del peligro de una nueva intervención armada del capitalismo. Y claro está que, mientras exista el cerco capitalista, seguirá existiendo también el peligro de una intervención capitalista. ¿Puede el pueblo soviético, con sus solas fuerzas, destruir este peligro exterior, el peligro de una intervención armada del capitalismo contra la URSS? No, no puede. Y no puede, porque para acabar con el peligro de una intervención del capitalismo es necesario acabar con el cerco capitalista, y esto sólo es posible conseguirlo como resultado de una revolución proletaria victoriosa, por lo menos, en algunos países. De donde se deduce que el triunfo del socialismo en la URSS, triunfo que se acusa en la liquidación del sistema de la economía capitalista y en la construcción del sistema de la economía socialista, no puede, a pesar de todo, considerarse como un triunfo definitivo, mientras no desaparezca el peligro de una intervención armada extranjera y de los intentos de restauración del capitalismo, mientras el país del socialismo no esté garantizado contra este peligro. Y para acabar con el peligro de una intervención del capitalismo extranjero, es necesario acabar con el cerco capitalista.

Es cierto que el pueblo soviético y su Ejército Rojo sabrán, mediante la política acertada del Poder Soviético, dar la contestación más adecuada a una nueva intervención capitalista extranjera, ni más ni menos que se la dieron a la primera intervención capitalista de los años 1918 a 1920. Pero esto, por sí solo, no quiere decir que con ello vaya a desaparecer el peligro de nuevas intervenciones capitalistas. La derrota sufrida por la primera intervención no acabó con el peligro de otra nueva, ya que la fuente de que emana el peligro de nuevas intervenciones –el cerco capitalista- sigue existiendo. Tampoco el fracaso de una nueva intervención hará desparecer el peligro de que se produzcan otras, mientras siga en pie el cerco capitalista.

De aquí se desprende que el triunfo de la revolución proletaria en los países capitalistas es interés vital de los trabajadores de la URSS.” (Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS)

Así es como los bolcheviques demostraron la unidad existente entre la construcción del socialismo en la URSS y la victoria de la revolución proletaria en los países capitalistas, frente a los oposicionistas que subordinaban aquélla a ésta. El debate del XIV Congreso sirvió para disipar la confusión que habían experimentado en los momentos previos algunos sinceros leninistas que habían hecho causa común con la “nueva oposición”. Pero Zinóviev y sus correligionarios, lejos de rectificar, pidieron en el discurso de clausura del congreso que éste incorporara al Comité Central a representantes de todos los grupos de oposición derrotados anteriormente. Se estaba fraguando la formación de un bloque de todos ellos frente a la mayoría bolchevique –la “oposición unificada”- que se formalizaría en el verano de 1926.

 

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