La industrialización socialista, la colectivización de la agricultura y la derrota política de la oposición trotskista-zinovievista (1926-1927).

La industrialización socialista de la URSS exigía superar tres deficiencias:

1) El período de restauración de la economía había conseguido poner en marcha las viejas instalaciones industriales, pero nada más, y estaban técnicamente obsoletas. Había que equiparlas de nuevo con arreglo a la nueva técnica.

2) La base de la industria era precaria ya que no había fábricas de construcción de máquinas. Era preciso crearlas y equiparlas con maquinaria moderna.

3) En el período de restauración, hubo que dedicarse primordialmente a poner en funcionamiento la industria ligera para abastecer de los bienes elementales a los obreros y los campesinos, sobre la base de una industria pesada pobre. Pero el ulterior progreso de la industria ligera y otras necesidades estratégicas del país reclamaban una industria pesada desarrollada. Ésta debía pues pasar a primer plano.

Había que construir nuevas ramas industriales (fábricas de máquinas y herramientas, de automóviles, de productos químicos, metalúrgicas, etc.). Para ello, era necesario incrementar la producción de metales y la extracción de carbón. También hacía falta levantar una nueva industria de guerra, con fábricas de artillería, de municiones, de aviación, de tanques y ametralladoras, para poder defender el territorio de la amenaza de intervención procedente del cerco capitalista, la cual se materializó catorce años después con invasión de la URSS por parte de los ejércitos de la Alemania nazi. Por último, era necesario construir fábricas de tractores y de maquinaria agrícola moderna que proporcionase a los pequeños campesinos individuales los medios materiales para pasar a la gran producción cooperativa y así consolidar el socialismo en el campo.

La construcción de obras básicas en estas dimensiones requería invertir mucho dinero y se tenía que hacer con los recursos propios ya que los países capitalistas se negaban a conceder préstamos a la Unión Soviética. Para financiar la creación de su industria pesada, el País de los Soviets no podía recurrir, por principio, a las sucias fuentes de ingresos que brinda a las potencias burguesas el saqueo de los pueblos coloniales y de los pueblos vencidos. A cambio, había que encontrar dentro del país los recursos necesarios y, efectivamente, se descubrieron fuentes de acumulación desconocidas hasta entonces. El Estado Soviético disponía de las empresas, las fábricas, los bancos, los transportes y el comercio, los cuales habían sido confiscados a los capitalistas y terratenientes. Sus ganancias ya no las devoraban estos parásitos sino que se invertían en el desarrollo industrial. Además, se ahorraba el pago de las deudas zaristas que el Poder revolucionario había anulado y los campesinos se habían liberado del pago de rentas a los terratenientes, pudiendo dedicarlas a la compra de tractores, máquinas, herramientas, abonos,… Para disponer de manera rentable de estas fuentes de ingresos, era preciso implantar un severo régimen de economías en materia de gastos, racionalizar la producción, reducir los precios de coste de ésta, acabar con los gastos improductivos, etc. Y este propósito se iba a realizar gracias a una potencia desconocida bajo el capitalismo: la del trabajo libre de explotación del proletariado y del campesinado soviéticos, dueños de sus destinos.

Así es como se construyeron la Central Hidroeléctrica del Dniéper, el ferrocarril del Turquestán a Siberia, la fábrica de tractores de Stalingrado, la fábrica de automóviles “AMO”, etc. En tres años, se quintuplicaron las inversiones industriales.

Pero el proceso de industrialización socialista de la Unión Soviética tenía sus enemigos exteriores e interiores. Los países capitalistas, que veían en ella una amenaza para la existencia del régimen burgués, volvieron a la política de presiones: Inglaterra rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con la URSS en mayo de 1927; las embajadas y delegaciones comerciales soviéticas en Berlín, Pekín, Shanghai y Tientsin sufrieron ataques; el embajador en Varsovia fue asesinado; etc.

Dentro del país y del Partido, los oposicionistas intensificaban su actividad, a pesar de sus promesas de lealtad. En el verano de 1926, la “nueva oposición” de Zinóviev y Kámenev se unió a los trotskistas en un nuevo bloque contrario a la posibilidad de “construir el socialismo en un solo país”. Esta “oposición unificada” arrastró consigo a los restos de otros grupos derrotados, infringiendo así gravemente los estatutos y los acuerdos congresuales que prohibían la formación de fracciones. En otoño, se dirigieron a las organizaciones de base más importantes del Partido para que se discutieran sus puntos de vista. Ante la advertencia del Comité Central, Trotski, Zinóviev, Kámenev y Sokólnikov presentaron una declaración condenando su labor fraccional y comprometiéndose a una actitud leal con el Partido. No obstante, siguieron con su labor clandestinamente, montando una imprenta, percibiendo cotizaciones entre sus partidarios y difundiendo su plataforma. A finales de año, la XV Conferencia del Partido y el Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista valoraron esta situación y condenaron a la “oposición conjunta” por sus posiciones mencheviques y escisionistas.

Coincidiendo con la ruptura diplomática del gobierno conservador inglés, presentaron al Partido su “plataforma de los 83” (y, pocos días más tarde, la del «grupo de los 15»), exigiéndole la apertura de una nueva discusión de carácter general.

Aplicando los estatutos del Partido, el pleno de su Comité Central del 9 de agosto de 1927 prohibió el debate de la misma hasta dos meses antes de la apertura del XV Congreso. La víspera de dicho pleno, ante el temor de que Trotski y Zinóviev fueran excluidos de la dirección bolchevique, los oposicionistas le habían enviado una declaración prometiendo cesar la lucha fraccional y cumplir todos los acuerdos del partido. Pero, en septiembre, sin esperar a la apertura oficial de los debates congresuales, hacían pública la «plataforma de los 13», firmada por aquellos dos, más Kámenev, Piatakov, Rakovski y otros.

Los líderes de la Oposición Unificada hacían propuestas seductoras para las masas menos conscientes, atacaban toda la labor de la dirección del Partido y se presentaban como críticos por la “izquierda” de los procesos de industrialización y de cooperativización agraria en curso, quejándose del ritmo insuficiente con el que se realizaban. Sin embargo, al mismo tiempo, no se autocriticaban por sus anteriores posiciones que, de realizarse, habrían ayudado a la derecha contrarrevolucionaria: impedir que el socialismo triunfe en la URSS y provocar “conflictos insolubles” entre la clase obrera y los campesinos. Los oposicionistas se quejaban de que el “grupo Stalin” los atacaba “no con nuestras opiniones reales, sino con opiniones imaginarias que no sustentamos ni hemos sustentado jamás”; sin embargo, unas pocas líneas después, insistían en “que para la construcción de una sociedad socialista en nuestro país es necesaria la victoria de la revolución proletaria en uno o más de los países capitalistas avanzados, que la victoria final del socialismo en un país, y sobre todo en un país atrasado, es imposible” (La Plataforma de la Oposición, Editorial Fontamara, capítulo XI, págs. 135-136).

En octubre de 1927, el Comité Central declaró abierta la discusión y se realizaron asambleas de militantes en toda la organización. La derrota de la plataforma trotskista-zinovievista fue abrumadora: 724.000 afiliados votaron por la política de la mayoría del Comité Central, mientras que sólo 4.000 lo hicieron a favor de la política de la “oposición unificada”, es decir, menos del uno por ciento. Lejos de aceptar este resultado, ésta fue todavía más lejos y desafió al Partido, al realizar una manifestación abierta de protesta el día 7 de noviembre, contra la que convocaba el Partido por el 10º aniversario de la Revolución de Octubre. La composición numérica de ambas volvió a reflejar la escasez de apoyos de la oposición entre las masas de la población. A la semana siguiente, una reunión conjunta del Comité Central y de la Comisión Central de Control tomaba la decisión de expulsar del PC (b) de la URSS a Trotski y a Zinóviev, así como de excluir de su dirección a otros oposicionistas. En diciembre, el Congreso del Partido ratificaba este acuerdo y declaraba la pertenencia a la oposición trotskista y la propaganda de sus ideas como incompatible con la permanencia dentro de la filas del Partido bolchevique. En consecuencia, acordaba la expulsión de los demás dirigentes de la oposición. Como explicaba Stalin: “El Partido quiere terminar con la oposición y pasar a una labor constructiva. El Partido quiere disolver, por fin, la oposición para poder dedicarse por entero a nuestra gran obra de edificación.

Posteriormente, la mayoría de los oposicionistas pidió su readmisión, declarando públicamente su ruptura con el trotskismo, su aceptación de la política del Partido y su sumisión a los acuerdos del mismo, y les fueron restituidos sus derechos de afiliados. Sin embargo, al mismo tiempo, maduraba en la oposición trotskista-zinovievista la idea de pasar a los medios de lucha terroristas contra el Partido Comunista y el Estado Soviético. Trotski incrementó su actividad antisoviética, por lo que fue deportado a Alma-Ata (Kazajstán) y,  finalmente, expulsado de la URSS a principios de 1929.

A finales del año 1927, comenzaron a perfilarse los logros decisivos de la política de industrialización socialista. La industria y la agricultura en su conjunto ya habían rebasado el nivel de antes de la guerra y la primera había recuperado el volumen porcentual que tenía entonces, en relación con la totalidad de la economía nacional. El sector socialista de la industria había aumentado desde el 81% en 1924-25 hasta el 86% en 1926-27, en detrimento del sector privado. En el comercio, también se apreciaba esta tendencia: en el mismo período, el sector privado descendió del 42% al 32% en la esfera del comercio minorista y, del 9% al 5%, en la del comercio mayorista. Tan sólo en 1927, la gran industria socialista creció un 18% con respecto al año anterior y la renta nacional había crecido en dos años casi un 45%, es decir, a un ritmo inalcanzable para los países capitalistas. En esos dos años, el número de obreros se incrementó un 25%. La participación de éstos en la renta nacional aumentaba mientras disminuía la de la burguesía. Los salarios se elevaron un 27,6% y los fondos del seguro social casi se duplicaron.

En cambio, la situación de la agricultura no era tan positiva. Aunque, en conjunto, su producción había superado el nivel anterior a la guerra, la de su rama más importante –el cultivo de cereales- sólo llegaba al 91%. Y, lo que era más grave, la parte mercantil de la misma, la que se vendía a los habitantes de las ciudades, a los obreros industriales, se reducía al 37% del nivel de anteguerra y, además, con tendencia a disminuir. Esto significaba que las grandes haciendas agrícolas que producían para el mercado se iban desmenuzando en pequeñas o muy pequeñas explotaciones familiares y que la mejora de las condiciones de vida de los campesinos que las labraban se realizaba en perjuicio de la cantidad de trigo destinada al mercado. Esta situación, que acabaría trasladándose a la ganadería –que también depende del mercado de cereales-, ponía en peligro el proceso de industrialización socialista y amenazaba de hambre a los obreros. No había otra solución que el urgente desarrollo social de las fuerzas productivas en la agricultura.

Para ello, había dos caminos posibles: pasar a la gran producción de tipo capitalista y, por consiguiente, arruinar a las masas campesinas, hundir la alianza entre las clase obrera y ellas, fortalecer a los kulaks y renunciar al socialismo en el campo; o bien, ir agrupando las pequeñas explotaciones campesinas en grandes explotaciones de tipo socialista, cooperativas o colectivas –los koljoses-, capaces de utilizar tractores y otras máquinas agrícolas modernas para desarrollar rápidamente el cultivo de cereales y su producción para el mercado. Consecuentemente con su carácter de clase, el XV Congreso del Partido bolchevique tomó la decisión de emprender el segundo camino, el del desarrollo koljosiano o colectivización de la agricultura. Había llegado el momento de completar los éxitos de la industrialización con una ofensiva socialista en el campo, con la restricción al desarrollo del capitalismo en él, con el avance decidido hacia la liquidación de los kulaks y demás elementos capitalistas en la economía nacional.

La solución –resumía Stalin- está en el paso de las pequeñas explotaciones campesinas desperdigadas a las grandes explotaciones unificadas sobre la base del cultivo en común de la tierra, en el paso al cultivo colectivo de la tierra sobre la base de una técnica nueva y más elevada. La solución está en que las pequeñas y diminutas explotaciones campesinas se agrupen paulatina pero infaliblemente, y no por medio de la coacción, sino por medio del ejemplo y la persuasión, en grandes explotaciones, sobre la base del cultivo en común, del cultivo cooperativo, colectivo, de la tierra, mediante el empleo de maquinaria agrícola y de tractores y la aplicación de métodos científicos encaminados a intensificar la agricultura.

Así, se creaba la base que permitía una verdadera planificación económica, por lo que el Congreso resolvió dirigir al país hacia la elaboración y ejecución del primer Plan Quinquenal de la economía nacional.

 

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