Historia de la URSS: ¿en qué punto está la historiografía?
Entrevista con Aymeric Monville, editor de Grover Furr en Francia.
El Polo de Renacimiento Comunista en Francia publicó esta entrevista con el editor francés de las obras del historiador norteamericano Grover Furr, Aymeric Monville. En esta entrevista, Monville describe las investigaciones de Furr sobre la Unión Soviética, sobre todo, de las mentiras lanzadas por Jruschov y Trotsky sobre Stalin y la URRS que en la historiografía actual todavía se tienen por buenas. Furr es un investigador minucioso que estudia la documentación y los archivos que se van abriendo en la Unión Soviética y en otros lugares (como los archivos de Trotsky). Las conclusiones a las que llega en sus libros son apabullantes para demostrar que todas las mentiras vertidas contra Stalin y la URSS se deben a la lucha ideológica anticomunista. Grover Furr es autor de libros imprescindibles para recuperar la verdadera historia de la Unión Soviética, como «Stalin y la lucha por las reformas democráticas», «La muerte de Sergei Kirov», «Jruschov mintió», «Las amalgamas de Trotsky» o «Yezhov vs Stalin: El Gran Terror». Leer esta entrevista sirve de introducción para adentrarse en la verdad histórica de la lucha por el socialismo en la URSS. Agradecemos la traducción del francés realizada por Alexandre García para la Asociación de Amistad Hispano-Soviética.
El universitario e historiador estadounidense Grover Furr está elaborando desde hace algunos años una obra original e iconoclasta, trabajando con numerosos archivos. La investigación y la producción universitaria estadounidenses son mucho más dinámicas y creadoras en el campo histórico en el que Furr trabaja, es decir la historia de la Unión Soviética en el siglo XX. El hecho de que la URSS haya vivido un duelo con los Estados Unidos durante varias décadas ha llevado a muchos estadounidenses a estudiar a su “enemigo”. En una primera obra traducida y publicada por la Editorial Delga, Furr ha cuestionado por completo el famoso informe Jruschov de 1956, un informe sobre Stalin, un informe “secreto” que rápidamente huyó hacia el oeste, y del cual se sirven muchos para machacar al estalinismo. Para Furr, podemos afirmarlo, este informe es un fraude enorme que acumula tanto falsificaciones como uso de falsificaciones. ¿Cuáles son los argumentos principales y fundamentales de Furr para llegar a tal conclusión?
Aymeric Monville: En primer lugar, hay simples refutaciones fácticas: por ejemplo, Jruschov fue el primero en haber acusado a Stalin de haber “deportado” a numerosos pueblos. Se trató en realidad, y ello ha sido confirmado por los especialistas rusos no comunistas sobre esta cuestión (Bugaï, Gomov, Zemskov, etc.), de evacuaciones de poblaciones mayoritariamente colaboracionistas con los nazis, durante la guerra porque no se les podía dejar en la retaguardia del Ejército Rojo. El desplazamiento en masa era por lo tanto una necesidad militar pero también una medida de clemencia. Porque si se hubiesen aplicado las leyes de guerra (se consideren excesivas o no), buena parte de la población masculina habría sido fusilada por traición, lo que habría puesto en compromiso la perennidad de las nacionalidades en cuestión, nacionalidades cuya protección era una cuestión de principios en la URSS.
Es tan fácil de comprender como de refutar la propaganda que consiste actualmente en hacer pasar, por medio de un limbo jurídico sobre el término, el número de interpelaciones en Cuba por puros arrestos de prisioneros políticos (este dato ha sido confirmado por un antiguo embajador francés en La Habana en una reciente reunión pública en la casa de América Latina).
En cuanto a la pregunta, mucho más compleja, sobre la “gran purga”, creo que hace falta un poco más de retroceso.
Efectivamente, es útil recordar el contexto general de la historiografía soviética en los Estados Unidos, que trabaja en no pocas ocasiones en la indiferencia total, lo que le asegura cierta serenidad. El interés por la sovietología de calidad en los Estados Unidos se remonta también al final de la guerra de Vietnam, cuando la tunda que sufrió la burguesía imperialista le hizo tomar consciencia de que había subestimado a su adversario y que de alguna forma se había convertido en víctima de su propia propaganda.
Entonces, por diversas razones, buenas o malas, existen investigaciones interesantes en los Estados Unidos. Los nombres de John A. Getty, Robert W. Thurston (que dio su apoyo a Grover Furr) han marcado las conciencias.
Por lo tanto, Furr se inscribe en estos trabajos anteriores que sitúan la gran purga en un contexto de guerra civil en el seno del Partido-Estado. Tesis en realidad mucho más sólida que la versión llamada “totalitaria”, que no explica la siguiente contradicción lógica: si Stalin tenía plenos poderes, ¿por qué desatar una represión masiva y en particular juicios espectaculares de los cuales sólo uno fue a puerta cerrada?
Por otra parte, Furr argumenta que la mayor parte de las rehabilitaciones del informe Pospelov (citado por Jruschov) no motivaron sus conclusiones por ninguna apertura de archivo, ni bajo Jruschov ni aun bajo sus sucesores, particularmente Gorbachov o Yeltsin, y que por lo tanto, en ausencia de pruebas sólo podemos atenernos a lo juzgado.
Por supuesto, a este principio se opone la tesis según la cual las confesiones habrían sido arrancadas, tesis que sin embargo choca con el hecho de que con lo que estaba en juego (en ello iba la supervivencia de un Estado y de todo un pueblo frente a la invasión fascista que se preparaba), había una necesidad para los responsables del Partido de desenmascarar una oposición sediciosa real y no imaginaria. Incluso los trotskistas serios reconocen que la tesis de la “paranoia” de Stalin ya no se sostiene. Las notas de Stalin, como demuestra Furr, indican que en la instrucción de los procesos se buscó comprender lo que estaba ocurriendo, no condenar de antemano.
Por supuesto, quedan zonas de penumbra. Si comparamos con lo que dice Molotov en su entrevista con Chuiev en los años 70-80, aquel habla de errores graves en lo relativo al periodo de la gran purga, de personas inocentes condenadas, de falta de control de los servicios secretos por parte del Partido, cosa que de hecho había sido reconocida implícitamente por la propia realidad de los juicios de Yagoda y Yezhov.
Molotov añade que había sido tomada la decisión de eliminar preventivamente toda quinta columna, lo que implica una severidad extrema en cuanto a los criterios de lealtad (lo que recuerda a las leyes de pradial – NdT: mes del calendario republicano durante la Revolución Francesa). Molotov concluye que en ausencia de una reconocimiento tan trágico de la situación (que hoy sabemos que costó entre 700.000 y 800.000 muertes), la URSS habría ganado la guerra de todos modos pero también habría perdido millones de vidas extra para luchar contra un enemigo interior, no solamente Vlassov sino una auténtica Vendée.
Implícitamente, Molotov deja esto en manos del tribunal de la historia.
Se piense lo que piense sobre ello, cada uno entiende que tarde o temprano hacía falta acabar con estos métodos de guerra así como el clima intelectual ligado a las mismas, con cierto dogmatismo y también con el famoso “culto a la personalidad”, aunque Furr demuestra de qué manera el propio Stalin intentó oponerse a este culto.
El informe Jruschov podría haber sido eso, haciendo una verdadera autocrítica marxista, distinguiendo los errores de los excesos, que no niegue los esfuerzos sobrehumanos de todo un pueblo. Al igual que la crítica de los excesos, derrapes y otros ajustes de cuentas que trajo el Terror en Francia podría haberse hecho –y se sabe que Robespierre esbozó los términos de esta crítica en su último discurso ante la Convención, aunque hay que reconocer que de manera muy torpe– sin dar lugar al periodo termidoriano de negación y destrucción de las conquistas jacobinas, que como ya sabemos no condujeron más que a la dictadura napoleónica y a la restauración monárquica después. El informe podría haber sido eso, y así se habría evitado el terremoto que generó en el seno del Movimiento Comunista Internacional. Pero fue otra cosa. Hoy en día hace falta –y lo dice el militante, no el editor– superar por lo alto estas disputas. El antiestalinismo sistémico defendido por Jruschov fue una trampa en la que se perdió la URSS y que contribuye a impedir un renacimiento comunista. Pero hacer como si el reloj se hubiese parado en 1953 restaurando una especie de culto que da por bueno todo lo que había pasado antes tampoco es una solución: por ejemplo, es evidente que el monolitismo sistemático en el partido, añadido a la deriva revisionista iniciada por Jruschov y culminada por Gorbachev facilitaron después en gran medida la autodestrucción bajo influencia del PCUS y de la URSS: cuando todo el partido está acostumbrado a considerar la palabra “opositor” como sinónimo de “traidor”, cuando en Francia sin ir más lejos, aquellos que se opusieron a la “mutación” reformista fueron tildados de anticomunistas, cuando por miedo a las disidencias y divisiones la “verdad del partido” tiene a dictar lo que es científico y lo que no, lo que es artístico y lo que no, evidentemente hace falta volver a la correcta dialéctica leninista entre disciplina de partido (una vez que los debates han llegado a término) y la democracia interna en los órganos populares y también a los debates sin prejuicios en los medios científicos y artísticos. Nada que ver, como dice Georges Gastaud, con la práctica de una “desestalinización concebida como desalinización”, como una edulcoración culpabilizante de las posiciones revolucionarias. Hace falta ser marxista-leninista “en el momento actual” y no olvidar que es la verdad lo revolucionario y no los intereses a corto plazo de la revolución lo que dicta la verdad, como se quiso hacer con la absurda teoría de las “dos ciencias”, proletaria y burguesa. En resumidas cuentas, no tenemos nada que esconder, más bien tenemos nuevos elementos que aportar, entonces debatamos, y sobre todo dejemos trabajar a la investigación histórica.
Inmediatamente después de este trabajo, Furr publicó una obra sobre Trotsky, que habéis publicado bajo el título “las confusiones de Trotsky”. Nosotros, que hemos estado acostumbrados a tantas obras sobre Stalin y el estalinismo, es casi una sorpresa descubrir un trabajo crítico sobre la persona y los actos de Trotsky. En esta relación Stalin/Trotsky, que va mucho más allá de estas dos personas, lo que ha habido fue un problema y una tragedia para la Internacional Comunista (la Internacional de hecho, no la organización) que se han ido hilvanando y deshilvanando a lo largo de tres décadas. Tras su expulsión de la URSS, se plantea una gran pregunta: ¿desde sus distintos lugares de exilio, Trotsky dirigió o contribuyó a un “complot” contra la URSS? ¿Sobre lo que se llama el “bloque de oposición”, cuya existencia se negó durante mucho tiempo, Furr aporta revelaciones?
AM: Lo que es valioso, es haber hecho un balance de las investigaciones realizadas desde la apertura de los archivos Trotsky en 1980. Me limitaré a una citación, que refleja bien lo que está encima de la mesa, respecto del “bloque de oposición de 1932”, realidad que surgió de los archivos Trotsky pese a una minuciosa censura (aún quedan rastros de ella, incluso en los archivos desclasificados) y que da fe de lo que Trotsky siempre había negado: la existencia real de una oposición interior sediciosa. He aquí la cita:
“Se podrían hacer las mismas observaciones respecto del bloque de oposición de 1932, que otros investigadores han apercibido sin poder reconocerlo, a falta de una herramienta cronológica suficiente o a causa de prejuicios sólidos e ideas preconcebidas. ¿Cómo explicar la dificultad a la hora de dar a este descubrimiento la publicidad que se merecía? La primera mención del artículo de 1980 donde yo mencionaba al bloque y reproducía los documentos que daban fe de su existencia fue del estadounidense Arch J. Getty y se remonta a 1985.
El asunto del bloque de oposición ya ha empezado, no obstante, a motivar una revisión de la historia clásica de la Rusia soviética. Está modificando de manera aceptable la imagen patológica de Stalin como clave de desarrollo y nos retrotrae a las dificultades económicas, a los conflictos sociales y políticos, a la lucha por el poder, en lugar de la única sed de sangre del “tirano”.”
Acabo de citar a Pierre Broué, historiador trotskista mundialmente conocido (en su “Trotsky”, 1988, Fayard, cap. 48). Que nosotros sepamos, hasta el presente libro de Grover Furr, el silencio sobre el “bloque de oposición” o incluso la carta de Sedov a Trotsky donde anuncia la formación de una conjuración ha perdurado, incluso en los biógrafos de Trotsky (Robert Service, Jean-Jacques Marie, etc.), que al parecer no tienen la misma seriedad en lo que a investigación de archivos se refiere. Isaac Deutscher, aunque había tenido acceso a los archivos antes de que se abrieran, tampoco había hablado de ello. En resumidas cuentas, recordemos el método socrático que consiste en colocar a los sofistas ante sus propias contradicciones, en lugar de persuadirlos únicamente mediante argumentos pro domo.
Los juicios de Moscú ocupan un lugar importante en este trabajo. La historiografía dominante pretende que los acusados eran todos forzosamente inocentes. Sin embargo, se sabe que diplomáticos que siguieron estos juicios constataron que existían pruebas del todo creíbles, serias y graves. ¿La obra de Furr aporta realmente elementos nuevos y serios al respecto?
AM: Sí, usted hace bien en recordar las posiciones de John Davies, embajador de los Estados Unidos en Moscú. Más cerca de casa, y en el campo de los historiadores, recordemos que Annie Lacroix-Rix (ver La elección de la derrota), gran conocedora de los archivos occidentales, demostró que las cancillerías estaban al tanto de los intercambios en Londres entre Putna y Tujachevski y consideraban que estos juicios eran legítimos. Grover Furr explica por qué los archivos relativos a Tujachevski, por ejemplo, aún están cerrados. Nos muestra cómo uno de los descendientes de la víctimas de este juicio, que por esta condición tuvo derecho a una derogación para poder consultar los archivos, cambió completamente de opinión acerca del juicio a los generales, dando a entender que había un peligro mortal tanto en aquella época como hoy (no olvidemos que Ucrania era objeto de las negociaciones). En lo que respecta al juicio sobre los sabotajes en la industria, esto ya había sido relatado por Littlepage, ingeniero estadounidense en misión en la URSS, pero en absoluto un comunista. Se podrían multiplicar los ejemplos. En definitiva, hace falta acabar con el dogma según el cual todo era falso en los juicios de Moscú. Es una petición de principios que no tiene lugar. Esto no significa no obstante que, en un clima internacional de auge de los fascismos en Europa y en Japón, no haya habido muchos excesos en las acusaciones contra los “enemigos del pueblo” o en la gestión de los procedimientos, el mínimo respeto de los derechos de la defensa, etc.
Finalmente, se trate de acusaciones o de ocultaciones disimuladas detrás de una capa de repeticiones, el relato “oficial” mundializado de esta historia está trufado de falsedades. ¿Cómo pueden los comunistas organizarse eficazmente contra, por ejemplo, una Wikipedia que difunde páginas anticomunistas múltiples?
AM: Será muy largo, y nunca tendremos un debate equitativo sobre estas cuestiones. Esto forma parte de la crudeza de la lucha de clases. Sólo podremos ganar por la impregnación progresiva de la opinión, al crear nosotros mismos las condiciones de un debate bajo criterios académicos formales, aun si la universidad actual es incapaz de ofrecer un cuadro decente de confrontación. Pero insisto, en algunas cuestiones, no hay que darse por perdidos. Por ejemplo, partamos de la propaganda post-caída del Muro. El Libro negro del comunismo –y creo que esto no ha sido suficientemente subrayado– ya estaba a la defensiva en aquella época (1997), particularmente a partir de la apertura parcial de los archivos rusos. Porque después de que Solzhenitsin hubiese anunciado los 110 millones de muertos del estalinismo y después que un Michel Onfray, siempre igual de incompetente, sigan hablando de los 20 millones de muertos del gulag, tener que anunciar que las víctimas del gulag no llegan para el conjunto de los años 30 más que a 300.000, es en los hechos una verdadero desmentido de la sacrosanta tesis Stalin = Hitler. De ahí la necesidad de pasar a otra cosa e insistir en la hambruna supuestamente genocida en Ucrania, cosa que Nicolas Werth en aquella época aun no se atrevía a hacer de manera explícita (en aquella época se limitaba a hacer apaños groseros como hablar de la guerra civil sin mencionar las intervenciones extranjeras). No obstante, a día de hoy, incluso con el clima deletéreo creado por la Ucrania neofascista de hoy, Werth sigue estando obligado a señalar que la tesis “intencional” está lejos de gozar de unanimidad. Estamos a punto de publicar a Mark Tauger, profesor de la Universidad de Virginia occidental, sobre esta cuestión. También es el autor de una historia mundial de la agricultura, por lo que en definitiva es un hombre difícil de refutar. Puedo entonces asegurarles que ya no queda piedra sobre piedra de la tesis de la hambruna genocida: la hambruna afectó a numerosas regiones fuera de Ucrania, incluso el ejército, y en cuanto se localizó las requisiciones disminuyeron fuertemente, cesó la exportación de cereales, etc. Esto no exonera al gobierno soviético de su responsabilidad, pero no lo convierte en un gobierno genocida. Añadamos a ello, aparte de las consecuencias de la gran guerra patriótica, que la hambruna de 1932-1933 fue la última de una historia trágica (150 hambrunas en mil años de historia rusa). Y fueron los comunistas y la colectivización los que pusieron fin a ello, mientras que problemas agudos de desnutrición, rusos muriéndose de hambre y frío han surgido de nuevo con la restauración del capitalismo y la “terapia de choque” iniciada por Yeltsin y sus consejeros occidentales (ver el libro de Henri Alleg El gran salto hacia atrás). Hoy, cuando el capitalismo reina prácticamente sin oposición, ¿ha conseguido poner fin a las hambrunas? ¿Por qué se señala la situación de Ucrania y no la hambruna equivalente en Níger, por entonces bajo responsabilidad de los franceses? Podemos constatar que si quieren meterse con nosotros con estas cuestiones, incluso podemos darle la vuelta a sus acusaciones. Incluso las “discusiones” internas en Wikipedia (ya que usted hablaba de eso) demuestran que los defensores de estas tesis están a la defensiva.
Hasta su fallecimiento, ¿qué dice Furr sobre los intercambios entre Trotsky y las fuerzas imperialistas?
AM: Hará falta esperar al segundo tomo (en fase de preparación) para tener precisiones. Pero conociendo la correlación de fuerzas internas en la URSS, ¿no es acaso concebible que toda conspiración contra el Estado soviético tuviera objetivamente interés en apoyarse en potencias extranjeras? Después de todo, en Francia el sindicato Fuerza Obrera no dudó en ser financiado por lo peor de lo peor después de la guerra, la CIA, e incluso hoy, gente que se presenta a las elecciones presidenciales francesas, como Macron, son “Young Leaders” cuya formación y promoción está siendo muy abiertamente sostenida por los Estados Unidos de América. ¿Cómo sorprenderse, por ejemplo, si individuos de este tipo ven con buenos ojos la promoción fulgurante del todo-en-inglés en Francia, en violación del artículo II de la Constitución?
No obstante, no olvido que algunos militantes trotskistas pueden ser honestos, manipulados, conservando un cierto leninismo de principios. Por ello, no hace falta siempre atacarles de frente acerca de estas cuestiones. Lo que digo concierne al debate histórico. En el plano político, invito a los camaradas a ser flexibles y “socráticos” como decía antes, sabiendo que es ante todo en base a nuestras posiciones actuales que ganaremos y que seremos la fuerza organizativa que necesita nuestro país.