Historia Ilustrada de la Revolución Soviética: Continuación de la causa del Gran Octubre
Continuación de la causa del Gran Octubre
La unidad y comunidad del pueblo soviético fueron preparadas por la lucha revolucionaria conjunta del proletariado de Rusia. En esa lucha actuaban en un frente único rusos, ucranianos, bielorrusos, pueblos del Báltico y Transcaucasia, de Asia Central y Kazajstán, del Cáucaso del Norte y regiones del Volga, de Siberia y Extremo Norte.
Este nexo no pudieron quebrantarlo ni la caída temporal del Poder soviético en algunas repúblicas y zonas del país durante los años de la guerra civil desencadenada por la contrarrevolución interna y la intervención militar extranjera, ni el desenfrenado nacionalismo y la arbitrariedad de los partidos pequeñoburgueses que ostentaron el poder con la ayuda y beneplácito del capital extranjero.
Todas las fuerzas del mundo caduco se emplearon para derrumbar el primer poder obrero y campesino en la historia de la humanidad. Y todas ellas se disiparon frente al poderío y a la unidad de los trabajadores, pues éstos defendían a su Estado, sus campos, sus fábricas, y les fortalecía la fe en su causa justa.

Después de cada derrota, ellos cohesionaban aún más sus filas; después de cada victoria tensaban aún más sus fuerzas para rematar por completo al enemigo. Ellos promovieron a sus jefes militares, cuyos nombres entraron en los manuales de la historia militar: Mijail Frunze y Vasili Bliujer, Iona Yakir y Stepán Vostretsov, Yan Fabritsius y Klim Voroshílov, Semión Budenni y Vasili Chapáiev. A su lado figuran, con todo derecho, nombres de oficiales del antiguo ejército prerrevolucionario, quienes prestaron servicio de manera voluntaria y fiel al nuevo poder: Mijaíl Tujachevski, Alexandr Egórov, Serguéi Kámenev, Ioakim Vatsetis, Vasili Altfater, Evgueni Berens y muchos otros.
El Consejo de la Defensa Obrera y Campesina, presidido por V. I. Lenin era el órgano dirigente para derrotar las fuerzas unidas de la contrarrevolución interna y externa. Este coordinaba toda la actividad de los departamentos militares y civiles en el centro y en las localidades, aseguraba la unidad del ejército y la retaguardia, la movilización de todos los medios y fuerzas para alcanzar la victoria.
— Hacia dónde debería orientarse en primer término el golpe del Ejército Rojo… —escribió Serguéi Kámenev, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la república en los años de la guerra civil— debía decidirlo, sin duda, quien dirigía toda la política del país… Esta dificilísima tarea se solucionó bajo la dirección de Vladimir Ilich.

La derrota de las principales fuerzas contrarrevolucionarias —los ejércitos de Kolchak, Denikin, Yudénich, Wranguel, Polonia burguesa-terrateniente, fuerzas intervencionistas en el Norte, Sur y Extremo Oriente— determinó la liberación de las antiguas regiones periféricas nacionales. El proletariado de la Rusia soviética acudió en ayuda de los pueblos del país en su lucha emancipadora.
A comienzos de 1920 se liquidaron los destacamentos de guardias blancos e intervencionistas en la zona del Transcaspio. El pueblo insurrecto de Jorezma (Jiva) derrocó el poder del kan y el 1 de febrero proclamó la República Popular Soviética de Jorezma.
En agosto de 1920 comenzó la insurrección popular contra el emir de Bujará, insurrección apoyada por unidades del Ejército Rojo, comandadas por Mijaíl Frunze, y terminó con la victoria total. El 6 de octubre se creó la República Popular Soviética de Bujará.
El Poder soviético triunfó así mismo en Transcaucasia. El 28 de abril de 1920 se sublevaron el proletariado de Bakú y los trabajadores de Azerbaidzhán. Se disolvió el Gobierno del partido nacionalista pequeñoburgués Musavat («Igualdad»). El Comité Militar Revolucionario proclamó en Bakú la República. Soviética y solicitó ayuda al Gobierno de la Federación Rusa para combatir la contrarrevolución.
Con el triunfo del Poder soviético en Azerbaidzhán se fortaleció el estado de ánimo revolucionario en la vecina Armenia. Bajo la presión de las masas, el Comité del partido de la ciudad de Alexandrópol, el mayor centro bolchevique de la república, izó la bandera de la insurrección. Los comités revolucionarios proclamaron el Poder soviético en varios lugares, pero la información al respecto llegó tarde a Bakú y Moscú, por lo cual no se pudo ayudar a los insurrectos. Las acciones de los trabajadores de Armenia fueron ahogadas en sangre y pasados por las armas sus dirigentes, entre otros: Stepán Alaverdián y Gukas Gukasián.

La derrota de la insurrección de mayo de 1920 no logró detener el creciente impulso de la revolución socialista en Armenia. Su carácter masivo era prueba de la decisión inflexible que tenían los trabajadores de derrotar al Gobierno antipopular del partido nacionalista pequeñoburgués Dashnaktsutiun («Alianza») y consolidar la alianza con la Rusia revolucionaria. La nueva insurrección en ese mismo año condujo, el 29 de noviembre, a la proclamación de la República Socialista Soviética de Armenia.
El Poder soviético triunfó en Georgia el 25 de febrero de 1921. Se derrocó al Gobierno menchevique y el poder pasó a manos del Comité Revolucionario de Georgia, integrado por Filipp Majaradze (presidente), Alexéi Geguechkori, Serguéi Kavtaradze, Amayak Nazaretián, Mamia Orajelashvili, Shalva Eliava y otros. A los insurrectos les prestaron ayuda decisiva las unidades del 11º Ejército, enviadas por indicación de Lenin para apoyar a los destacamentos rebeldes.
En noviembre de 1922, el Ejército Popular Revolucionario de la República del Extremo Oriente, instituida en 1920 en las regiones de Transbaicalia, Amur y Primorie como Estado «tapón» entre la Rusia soviética y Japón, culminó la liberación de Primorie. El jefe de este ejército era Vasili Bliujer y la victoria fue total y definitiva. El 14 de noviembre, la República del Extremo Oriente se reunificó con la Federación Rusa.
Así como resultado de la enorme tensión de las fuerzas materiales, militares y espirituales de los obreros y campesinos del País de los Soviets, dirigidos por V. I. Lenin, fueron derrotadas por completo las fuerzas unificadas de los intervencionistas y la contrarrevolución interna. La RSFSR no sólo salvaguardó su sistema estatal, sino que también ayudó a los pueblos hermanos en su lucha contra el enemigo común.
El verdadero día de unión, de cohesión de las fuerzas para restablecer la economía nacional, de unificación del poderío militar y las posibilidades financieras y económicas de las repúblicas, de su transformación en una fuerza respetable, capaz de influir en la situación internacional en bien de los trabajadores, fue el 30 de diciembre de 1922. Ese día el I Congreso de los Soviets de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas proclamó la fundación del Estado socialista soviético multinacional, basado en los principios leninistas de igualdad, soberanía y fraternidad.
El II Congreso de los Soviets de la URSS (enero de 1924) ratificó la Constitución del país, concluyendo así la creación de un Estado federal único, como federación de repúblicas soviéticas soberanas. La asociación voluntaria se enfatizaba al conservarse el derecho, que tenían todas las repúblicas socialistas existentes o que surgieran, de salir e ingresar libremente en la Unión. El nuevo Estado puso en práctica las ideas leninistas de internacionalismo proletario, igualdad y fraternidad; concedió a los pueblos del país la posibilidad de comenzar a materializar el plan leninista para construir el socialismo, que era una especie de testamento dejado por el gran guía, fallecido el 21 de enero de 1924.

La unión fraternal de los pueblos se ha ampliado y robustecido con el correr de los años. Aumentaba, de modo consecuente, el proceso de desarrollo político, económico y cultural de los pueblos de la URSS, surgían nuevas repúblicas federadas y autónomas, regiones autónomas y comarcas nacionales.
En octubre de 1924, como resultado de la delimitación nacional-estatal, se formaron en Asia Central las repúblicas socialistas soviéticas de Turkmenia y de Uzbekia.
En 1929 se convirtió en república federada la República Socialista Soviética Autónoma de Tadzhikia, que antes era parte de Uzbekistán, y en marzo de 1931 entró en la composición de la URSS.
En 1936, con la aprobación de la Constitución de la URSS, que refrendó las bases para construir el socialismo, se transformaron en repúblicas federadas Kazajstán y Kirguizia; Azerbaidzhán, Georgia y Armenia, que hasta entonces integraban la Federación de Transcaucasia, entraron en la Unión. En 1940 se unieron a la familia de los pueblos de la Unión Soviética Letonia, Lituania y Estonia. Después de reunificarse el pueblo moldavo, surgió ese mismo año la república federada de Moldavia.
Hoy [hasta la desaparición de la URSS] componen la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas la Federación Rusa, las repúblicas federadas de Ucrania, de Bielorrusia, de Uzbekia, de Kazajia, de Georgia, de Azerbaidzhán, de Lituania, de Moldavia, de Letonia, de Kirguizia, de Tadzhikia, de Armenia, de Turkmenia y de Estonia; las repúblicas autónomas de Najicheván, de Abjazia, de Adzharia, de Kara-Kalpakia, de Bashkiria, de Buriatia, de Daguestán, de Kabardino-Balkaria, de los Calmucos, de Carelia, de los Kornis, de los Maris, de Mordovia, de Osetia del Norte, de Tartaria, de Tuya, de Udmurtia, de Checheno-Ingushetia, de Chuvashia y de Yakutia; las regiones autónomas de Nagorni Karabaj, de Osetia del Sur, de los Adigués, de los Hebreos, de Gorni Badajshán, de Gorni Altái, de Karacháevo-Circasia y de Jakasia; las comarcas autónomas de los Koriakos, de Chukotka, de Taimir, de los Evenkos, de los Janti-Mansies, de los Buriatos de Aguinskoe, de los Nenets de Yamal, de los Komi-Permiakos, de los Nenets y de los Buriatos de Ust-Ordinski.
El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que mantiene consecuentemente el curso orientado a fortalecer el Estado multinacional soviético, se guía por los intereses generales y tiene en cuenta las condiciones de desarrollo de cada república que lo integra, aseguró la prosperidad consecuente y la aproximación de los pueblos de la URSS en su fomento económico y cultural.
La fuerte cohesión y ayuda mutua de los pueblos aceleraron el progreso de todas las repúblicas. Muchas de ellas pasaron del atraso precapitalista a la civilización socialista. En este aspecto, si cada pueblo tuviera que apoyarse sólo en sus propias fuerzas, en sus logros nacionales, muchos de ellos hubiesen necesitado siglos para alcanzar el nivel actual. Gracias a la ayuda directa, entre otros pueblos, del ruso, las naciones y nacionalidades atrasadas pudieron alcanzar este nivel en varios decenios.
Con los esfuerzos de todas las repúblicas hermanas, hacia finales de 1925 el País soviético logró, en lo fundamental, restablecer la economía destruida en los años de la I Guerra Mundial, de la guerra civil y la intervención. En esta tarea adelantó considerablemente a los Estados europeos avanzados. Alemania, por ejemplo, cuyas pérdidas totales fueron mucho más bajas, solucionó la tarea análoga en ocho años, empleando incluso medios procedentes del extranjero.

Bajo la dirección del Partido Comunista, en 1929 se desenvolvió un heroico trabajo para cumplir el primer plan quinquenal, que ocupó un lugar destacadísimo en la materialización del programa leninista de edificación del socialismo en la Unión Soviética. El sistema planificado es obra del socialismo, la expresión de sus ventajas radicales. Sus bases fueron determinadas por el gran Lenin, bajo cuya dirección se confeccionó el primer plan económico nacional en la práctica mundial: el plan de la Comisión Estatal para la Electrificación de Rusia (GOELRO).
Podríamos decir que el primer plan quinquenal fue el fundador de la pléyade de quinquenios soviéticos, que permitieron a la URSS pasar del atraso económico-técnico a las cumbres del progreso económico, científico-técnico y social. Cada quinquenio ha tenido sus características, reflejado los rasgos inconfundibles de la época, ha sido una etapa en el alcance de metas socioeconómicas concretas. Pero a todos ellos les unía y ahora les une, igual que antes, la indisolubilidad de la tarea general: ¡Ascendiendo por los escalones de los quinquenios, hacia el socialismo y el comunismo!
Las nuevas obras en construcción de los primeros quinquenios… Casi todas ellas comenzaban en las mismas condiciones: tiendas de campaña, viviendas en cuevas, barracones. Principales instrumentos de trabajo: la pala, el pico, la barra, la azada; los medios de transporte eran la carretilla y el carruaje. No existían las altas grúas, los potentes aplanadores ni los camiones volquetes tan habituales hoy. Pero existían personas en cuyas manos los instrumentos primitivos se convertían en poderosas palancas que arrollaron al mundo caduco.

Estas personas materializaron con éxito el plan leninista GOELRO. En 1931 terminó la historia multisecular de la tea en la aldea, que hasta no hacía mucho había sido el «ingenio de alumbrado» más difundido en Rusia. Las 30 lámparas que, en 1920, en el mapa de la electrificación, alumbraban sólo a los delegados del VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia, se convirtieron en 30 centrales eléctricas que dieron luz a millones de personas. Las centrales de Boz-Súisk (Uzbekistán), Rióni (Georgia), Shatura (Federación Rusa), Dzoraget (Armenia) y otras dieron energía eléctrica a centenares de aldeas y se convirtieron, tal vez, en la propaganda más eficaz y evidente en favor de la vida nueva, que se desenvolvía con ímpetu en todos los rincones del inmenso país.
Haciendo caso omiso a las heladas y las ventiscas, los montones de arena y las desbordantes crecidas de los ríos, estas personas establecieron un récord en el tendido de la vía férrea Turkestán-Siberia, de 1.500 kilómetros. Fueron ellas quienes en menos de cinco años construyeron la central hidroeléctrica del Dniéper, entonces la mayor de Europa, a pesar de que los especialistas extranjeros consideraban que se necesitarían unos siete u ocho años como mínimo. Con sus manos erigieron los altos hornos del Combinado Metalúrgico de Magnitogorsk, al que con cariño se le llama «Magnitka»; la Fábrica de Construcción de Maquinaria Pesada de Kramatorsk; el Canal de Ferganá; el Combinado Químico de Kirovokán; el Combinado de Enriquecimiento Minero de Norilsk. Como si fueran ladrillos, una obra tras otra asentaban los cimientos de la industria socialista.

— Me descubro la cabeza ante vuestra tenacidad bolchevique, ante vuestra ingeniosidad virtuosa e intrepidez técnica— dijo el representante de una gran compañía estadounidense, uno de los especialistas extranjeros que consideraban un «bluff» la construcción de «Magnitka».
El impetuoso ritmo en el que vivía el país era dictado por la inexorable necesidad. Cuando la Unión Soviética se encontraba cercada por Estados capitalistas, sólo la industria pesada podía asegurarle su independencia económica, pero la historia le concedió muy poco tiempo para solucionar esta tarea, y a eso se debe el que los constructores de los primeros quinquenios tuvieran una consigna única: «¡Tiempo, adelante!

El 20 de enero de 1929, el periódico Pravda publicó el artículo de Lenin ¿Cómo debe organizarse la emulación?, escrito en las postrimerías de 1917. Este llamamiento encontró amplia repercusión en los corazones de millones de obreros.
Los mineros de la cuenca hullera del Donbás y los de la zona de Shájtinsk (Territorio del Cáucaso del Norte) firmaron ya en verano de este año uno de los primeros contratos de emulación, en la cual participaban más de 200.000 hulleros. Este movimiento se convirtió en movimiento de todo el pueblo.
«Bulle, demoliendo las rocas, el trabajo de choque», se cantaba entonces. En efecto, el trabajo de choque barría todos los obstáculos en el camino que conducía al cumplimiento anticipado de las tareas.
Los metalúrgicos de «Magnitka» emulaban con sus colegas ucranianos de Dniepropetrovsk; el colectivo de la construcción de la central eléctrica del Dniéper, con los constructores del ferrocarril Turkestán-Siberia; los obreros de las minas de Chiatura (Georgia), con los de Krivoi Rog (Ucrania); los constructores de la central hidroeléctrica de Leninakán (Armenia), con los de la planta de Zerno-Avchalsk (Georgia); los colectivos de la industria maderera de Bielorrusia, con las empresas afines de Moscú y Kiev.

El 31 de agosto de 1935, Alexéi Stajánov, minero del Donbás, arrancó durante un turno 102 toneladas de carbón, es decir, cumplió 14 normas. Este constituyó un récord mundial en la productividad del trabajo minero.
El récord de Stajánov fue la chispa que encendió la llama del más amplio movimiento patriótico. Lo denominaron movimiento stajanovista. Millones de trabajadores, innovadores de la producción, comenzaron a emular entre sí para alcanzar un alto rendimiento laboral.
El movimiento stajanovista crecía, cobraba fuerzas. Lograron resultados excepcionales Alexandr Busíguin, forjador (fábrica de automóviles de Nizhni Nóvgorod); Nikolái Smetanin (fábrica de calzado «Skorojod–, Leningrado); Iván Gudov (fábrica de construcción de máquinas-herramienta de Moscú); Evdokía y María Vinográdova (tejidos de algodón de Víchuga); Pável Krivonos, en el transporte.
Apoyaban el desarrollo de la industria pesada no sólo los obreros, sino también los campesinos, interesados en recibir más tractores, automóviles, cosechadoras, abonos químicos, energía eléctrica, para ampliar la producción agrícola y elevar el nivel de vida.
En la lista de los artículos que se adquirían en el extranjero figuraba —en los primeros años postrevolucionarios— la azada habitual, simple instrumento que sirve para remover la tierra y que se puede hacer en media hora en cualquier fragua de una aldea. Pero entonces no había metal y era necesario importar azadas. Lenin dijo: «Si mañana pudiéramos proporcionar 100.000 tractores de primera clase, dotarlos de combustible y encontrar para ellos conductores (de sobra saben que, por ahora, esto es una fantasía), los campesinos medios dirían: «Voto por la comuna» (es decir, por el comunismo).
Cuando comenzaron a funcionar las fábricas de tractores de Stalingrado y de Járkov, la agricultura del país recibió los 100.000 tractores en los que soñaba Lenin. En el campo aparecieron también las primeras cosechadoras soviéticas de la famosa fábrica de Rostov del Don. La técnica dijo su palabra de peso a favor de la colectivización.

En 1939 se inauguró en Moscú la primera Exposición Agrícola Nacional, en la que se mostraron los logros de las repúblicas federadas, y frente a uno de los pabellones se exhibió el tractor de orugas de la Fábrica de Járkov. Sin esta máquina, sin la producción análoga de las empresas de Stalingrado y Cheliabinsk, sin las cosechadoras de Rostov del Don y Gómel, habría sido inconcebible la transformación de la agricultura de las repúblicas en ramas económicas altamente mecanizadas.
Hace unos cien años, la Exposición Agrícola de toda Rusia, inaugurada en 1895, cupo en el Picadero. En 1939, los 52 pabellones de la Exposición Agrícola de la Unión Soviética se instalaron en un territorio de varias decenas de hectáreas.
En el detallado informe de balance de la exposición de 1895, publicado en la revista de agricultura y economía Joziáin («El Dueño»), no se encontraba el vocablo «campesino». La agricultura nacional de entonces la representaban los terratenientes Stebut y Shatílov, el conde Pokler, los príncipes Kurakin y Urusov. Cuarenta años después, la representaban los koljoces y sovjoses de zonas que en su tiempo se consideraban irremediablemente atrasadas. Sus logros se apoyaban ahora en el poderío industrial del multinacional Estado soviético. Así fue como en cortísimos plazos, los de los quinquenios de anteguerra, se solucionó la tarea general de la construcción socialista: acabar con la desigualdad entre los pueblos de la URSS.
En la esfera de la cultura se lograron también éxitos semejantes.
En primer término se planteaba liquidar el analfabetismo masivo, lo peor que el Poder soviético había heredado de la Rusia prerrevolucionaria. Tres de cada cuatro habitantes no sabían leer ni escribir, y particularmente se trataba de habitantes de las regiones nacionales: entre los tadzhikos, el 96,1%; uzbekos, el 98%; kazajos, el 99%; turkmenos, el 99,3%; kirguises, el 99,4%. En Asia Central existía este triste proverbio: «Aquí es más fácil encontrar un oasis en el desierto que a una persona alfabetizada”. Y esto lo decían pueblos que en el pasado habían dado al mundo destacados pensadores y científicos, como Ibn Sína, Navoí, Biruní, Ulugbek, Firdusi.
No todos tenían siquiera escritura, y en algunas de sus lenguas no existía el verbo –estudiar». Entre los pueblos del Norte había estos razonamientos: «Hay que enseñar al reno, hay que enseñar al perro. ¿Pero para qué enseñar a una persona?» Ella misma —decían— sabe cómo cazar y cómo vivir. En uno de los apuntes del Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades se indicaba que la población del Norte temía, más que nada y en especial, «tres cosas: el papel escrito y con sello, el servicio militar y la escuela».

En el desarrollo de las culturas nacionales fue muy importante la creación de escrituras para los pueblos que carecían de ellas. Lingüistas rusos estudiaron las lenguas y dialectos nacionales, y confeccionaron alfabetos sobre la base de la grafología cirílica y latina. En los años 20, los abazintsis, laktsios, balkarios, tuvinos, adiguéos y muchos otros pueblos obtuvieron por primera vez en su historia libros y materiales didácticos en su lengua materna. Durante los 15 a 20 años siguientes al triunfo de la revolución, se creó una escritura para más de 40 nacionalidades.
En 20 años —de 1921 a 1940— se alfabetizaron unos 60 millones de personas. Según el censo de 1939, la población alfabetizada del país superaba el 87%. Incluso en las repúblicas de Asia Central el número de personas que sabían leer y escribir oscilaba entre el 70 y el 80%.
El Estado soviético logró organizar en plazos muy cortos el sistema de instrucción pública, único a nivel nacional. En 1933 se implantó en la URSS la enseñanza primaria general de cuatro años y, a finales de esta década, era ya obligatoria la enseñanza general de siete años.
El Poder soviético comenzó a solucionar los problemas de la enseñanza mucho más tarde que los Estados capitalistas desarrollados. En EE.UU., por ejemplo, la ley de la enseñanza general se adoptó en 1852-1900; en Francia, en 1882; en Inglaterra, en 1870. Pero los ritmos alcanzados en este campo en la Unión Soviética fueron mucho más rápidos que en cualquier país occidental. La historia no había conocido antes semejantes ritmos.
Ante los ojos del mundo admirado, la antigua Rusia «patana» se convertía en una vigorosa potencia altamente culta, llegando a ocupar el primer lugar de Europa y el segundo del mundo por el volumen de la producción industrial.
— Nuestros éxitos —señaló Mijaíl Kalinin, compañero de lucha de Lenin y primer presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS— son el resultado del triunfo de la línea general del partido, el resultado de una lucha muy tenaz de los pueblos de la Unión Soviética.