Historia ilustrada de la Revolución de Octubre: La Gran Guerra Patria y la reconstrucción de la URSS
El capital internacional no se resignaba ante los éxitos del País de los Soviets. En los años de construcción pacífica, las Fuerzas Armadas Soviéticas tuvieron que defender, más de una vez, las fronteras patrias. En 1929 se derrotó a las tropas del Kuo-Min-Tang que atacaron al Ferrocarril del Este de China. En 1938 y 1939, las tropas soviéticas dieron una réplica resuelta a los agresores japoneses en el lago Jasán y en el río Jaljin Gol. Durante el conflicto armado con Finlandia, provocado por la reacción internacional en 1939-1940, tropas del Ejército Rojo, que actuaban en difíciles condiciones de riguroso invierno, arrollaron a la poderosa línea de Mannerheim y garantizaron la seguridad de Leningrado, cuna de la Revolución de Octubre.

Cuando los nazis ostentaron el poder en Alemania, los círculos dirigentes de Inglaterra y Francia, que ignoraban los llamamientos del Gobierno soviético de crear un sistema de seguridad colectiva en Europa, comenzaron a aplicar la política del llamado «apaciguamiento» de los agresores fascistas. Permitieron que los nazis se apoderaran de Austria en 1938 y que al año siguiente —por el tratado de Munich entre Alemania, Italia, Inglaterra y Francia— se liquidara Checoslovaquia como Estado independiente. La política de «apaciguamiento» condujo a la aparición del «Munich del Extremo Oriente»: el tratado entre Inglaterra y Japón, por el que Gran Bretaña reconocía la usurpación de territorios chinos por el Japón, obstaculizó las negociaciones soviético-inglesas-francesas en 1939 y obligó al Gobierno soviético a aceptar la proposición de Alemania de firmar un tratado de no agresión. Ese tratado frustraba los planes de la reacción internacional que soñaba con crear el frente único de las potencias imperialistas contra la URSS. Fracasaron los intentos de los «muniqueses» de solucionar las contradicciones entre los imperialistas a costa de la Unión Soviética. Los acontecimientos no se desarrollaron de acuerdo con el escenario que habían preparado Inglaterra y Francia. Alemania, que en 1939 desencadenó la II Guerra Mundial, comenzó a ocupar un país eurooccidental tras otro. La politica exterior, firme y consecuente, del Gobierno soviético permitió ganar tiempo para consolidar la capacidad defensiva del país. Y sólo en el verano de 1941, los nazis invadieron pérfidamente la tierra soviética sin declarar la guerra, tratando de apoderarse con rapidez de los centros industriales y políticos más importantes de la URSS y creyendo en la posibilidad de llevar a cabo la guerra «relámpago» contra «un coloso con los pies de barro», como se imaginaban los hitlerianos a la Unión Soviética.
En las ruinas de la fortaleza de Brest, en la frontera occidental del País soviético, se encontró un despertador. Las agujas del reloj fueron detenidas por una explosión a las cuatro de la madrugada del 22 de junio de 1941. Indicaban la hora cuando en el amanecer del domingo bombarderos alemanes atravesaron la frontera de la URSS, orientando su golpe contra ciudades, bases navales, nudos ferroviarios, aeródromos.
El alto mando de la Wehrmacht lanzó sobre las zonas fronterizas de la URSS una racha de fuego y acero. No había desaparecido aún el polvo levantado por los miles de proyectiles y minas, cuando las divisiones del invasor irrumpieron en tierra soviética.
El enemigo avanzaba con toda tranquilidad, a cuerpo descubierto. Tras ellos se encontraba la Europa batida, donde once países con 140 millones de habitantes habían sid
o subyugados por la Alemania fascista. Hitler lanzó contra la URSS el ejército más fuerte del mundo capitalista. Parecía que todo estaba a favor del agresor. El factor sorpresa y la superioridad de fuerzas: en soldados, casi el doble; en tanques, más de dos veces; en aviones, más de tres veces. Fábricas de casi toda la Europa continental trabajaban para Alemania. Los generales hitlerianos, quienes casi se sentían soberanos del mundo, pensaban derrotar a la Unión Soviética en mes y medio o en dos meses.
Y no sólo ellos pensaban así. New York Post escribió dos días después de comenzar la pérfida agresión de los hitlerianos contra la URSS: «Se necesitará el mayor milagro con
ocido desde los tiempos bíblicos para que los rojos puedan salvarse de la derrota total en un corto plazo».
Comenzó una etapa de pruebas sin precedentes.
Los primeros que ofrecieron resistencia al enemigo fueron 485 puestos fronterizos. A pesar de que las fuerzas del adversario eran muy superiores, ninguno de ellos abandonó sus posiciones antes de recibir la orden; combatieron hasta gastar el último cartucho, la última granada. Los puestos fronterizos lograron detener a los hitlerianos durante unas horas preciosas, y en algunos lugares incluso durante varios días.

Contra los aviones, tanques y piezas de artillería pesada, los defensores de la fortaleza de Brest podían oponer sólo ametralladoras, fusiles, granadas y, además, coraje. En este fuerte combatían representantes de más de 30 nacionalidades: rusos, bielorrusos, ucranianos, georgianos, moldavos, armenios, kazajos, uzbecos, tártaros, mordovios, etc. Asediados, sin víveres ni agua, rechazaron durante casi un mes los furiosos ataques de una división fascista. El frente había retrocedido lejos, hacia el este; los hitlerianos ocuparon Minsk, entraron en Smolensk, pero en la retaguardia profunda continuaba peleando la guarnición multinacional.
Tres años después, los combatientes soviéticos liberaron Brest y en una pared encontraron esta inscripción de uno de los últimos defensores de la legendaria fortaleza: «¡Muero, pero no me rindo! Adiós, Patria. 20/VII-41».
Durante los primeros 53 días de la contienda contra la URSS, las tropas terrestres de Alemania perdieron más soldados y oficiales que en todas las campañas anteriores de la II Guerra Mundial. No lograron el paseo fácil que Hitler había prometido a sus soldados. Pero sólo era el comienzo.

La batalla de dos meses en Smolensk, la lucha por Kiev, capital de Ucrania, la legendaria defensa de Odesa, los 250 días de combates en las cercanías de Sebastópol, el bloqueo de 900 días a Leningrado, los combates en los alrededores de Moscú, en Stalingrado (Volgogrado), Minsk, Tula, Novorossiisk y Kerch escribieron páginas gloriosas e inolvidables en los anales inmortales de la contienda. En ella el pueblo soviético defendía su Patria socialista y con toda razón la llama Gran Guerra Patria.
En el otoño de 1941, las columnas de tanques enemigos retumbaban en la carretera de Volokolamsk, a 30 kilómetros de Moscú, donde les cortó el paso la 316 División de Infantería al mando del general Iván Panfílov. 28 destructores de tanques de esta unidad militar —rusos, ucranianos, bielorrusos, kazajos, kirguises— entablaron un combate desigual. El enemigo lanzó 20 tanques contra las posiciones de los combatientes soviéticos, pero con granadas, botellas de líquido inflamable y el fuego de los fusiles antitanque rechazaron la acometida. Sin contar con las pérdidas, los hitlerianos emprendieron un nuevo ataque. El instructor político Vasili Klochkov, quien dirigía el combate, contó esta vez 30 tanques. Es entonces cuando sonaron sus famosas palabras:
Rusia es grande, pero no hay a dónde retroceder. ¡A nuestras espaldas está Moscú!
Los soldados de la Guardia no retrocedieron, cumpliendo hasta el final su deber.
El periódico Pravda escribió en octubre de 1942:

— En los encarnizados combates que se libran en Stalingrado, en las cercanías de Leningrado y en el Cáucaso se mezcla la sangre de los rusos y uzbekos, ucranianos y tadzhikos, bielorrusos, azerbaidzhanos, georgianos… La fraternidad cimentada con la sangre derramada por la Patria es la más sólida. No hay amistad más fuerte que la fraternización. En la causa sagrada de defender la Patria se unió fraternalmente todo el País soviético.
En las filas de las Fuerzas Armadas Soviéticas luchaban representantes de todos los pueblos de la URSS. Sabían que de ellos dependían el destino de la Patria socialista, la suerte de sus esposas, madres e hijos, y la de sus compatriotas de generaciones venideras. Se batían a muerte. Así ocurrió en Kiev y Odesa, en Sebastópol y Leningrado. Así sucedió en Stalingrado…
En el mapa personal de Paulus, comandante en jefe de las unidades alemanas en las cercanías de Stalingrado, cierta casa estaba indicada como una fortaleza. Los prisioneros fascistas consideraban que la defendía un batallón. Pero esa «fortaleza» era un edificio corriente de cuatro plantas en el centro de la ciudad, y el «batallón» constaba de 24 hombres.
Los pesados y agotadores combates no cesaban ni de día ni de noche. Un ataque seguía a otro, el enemigo lanzaba sobre el puñado de intrépidos granizadas de proyectiles y minas, pero los combatientes soviéticos mantuvieron la posición casi dos meses. Entre ellos no había militares de carrera. El ruso Y. Pávlov era contable antes de la guerra; el ucraniano I. Kiréiev, entibador en una mina; el tadzhiko M. Turdíev, maestro; el abjasio A. Skuba, maquinista en una central eléctrica; el kazajo T. Murzáiev, dependiente. Pero se hicieron militares para defender su país, la ciudad en el Volga y esta casa semidestruida de Stalingrado, que se convirtió en ejemplo de firmeza y coraje de todos los defensores de la ciudadela del Volga.
Los comunistas estaban en la línea delantera de lucha, en sus direcciones más importantes. Más de la mitad de los comunistas estuvieron en el ejército activo. El llamamiento ampliamente conocido «¡Los comunistas, adelante!» fue ejemplo para todos los combatientes, y muchos de ellos escribían en su solicitud de ingreso al partido: «Deseo ir al combate siendo comunista».
El partido perdió durante la guerra casi dos millones de miembros, pero su lugar lo ocuparon cinco millones.
Las batallas y los combates engendraban decenas y centenares de miles de héroes. En la proeza masiva de los soviéticos se reflejaban las cualidades educadas en ellos por el partido, por el modo de vida social, la fidelidad a la Patria, el deber internacional, la dedicación y el colectivismo.
En los documentos de los años de contienda se registraron 321 embestidas aéreas, efectuadas por aviadores audaces : el bielorruso N. Gastelo, los rusos I. Ivanov y N. Skovorodin, el ucraniano I. Vdovenko, el armenio P. Gazanián, el kazajo N. Abdirov y muchos otros.

Cerca de 300 combatientes soviéticos repitieron la hazaña del soldados del Komsomol Alexandr Matrosov, quien cerró con su cuerpo la aspillera de un fortín enemigo. Entre ellos, el kirguiso. Ch. Tuleberdíev, el uzbeko T. Erdzhiguitov, el estonio I. Laar, los ucranianos A. Shevchenko y A. Gerasimenko, el moldavo I. Soltis, el kazajo S. Baimagametov, el armenio U. Avetisián, etc.
La resistencia tampoco cesaba donde había penetrado el enemigo. El gran escritor ruso León Tolstói llamó «Garrote de la guerra popular» a la lucha guerrillera contra las tropas de Napoleón en 1812. En la historia de Rusia, este «garrote» golpeó duro y en reiteradas ocasiones a los ocupantes extranjeros. Pero el movimiento guerrillero no alcanzó jamás tal envergadura y heroísmo en masa como durante la Gran Guerra Patria.
Los guerrilleros batallaban en regiones y territorios de la Federación Rusa, en Lituania, Letonia, Estonia, Ucrania y Bielorrusia. El total, muy incompleto, de la guerra en la retaguardia del adversario asciende a cerca de un millón de muertos, heridos y prisioneros enemigos, más de 4.000 tanques y vehículos blindados, más de 2.000 piezas de artillería y cerca de 800 aviones destruidos.
Incluso en el cautiverio, lejos de la Patria, la mayoría de los soviéticos no cesaba la lucha. Realizaban trabajo clandestino en los campos de concentración, participaban en la Resistencia antifascista. Los rusos F. Poletáiev en Italia y Y. Porik en Francia, el azerbaidzhano M. Gusen-Zade en Italia y Yugoslavia, el georgiano F. Mosulishvili en Italia, el armenio A. Kazarián en Grecia, se convirtieron en héroes populares de esos países. La lucha de los soviéticos fuera de su país aproximaba la victoria general, fortalecía la amistad entre los pueblos.
Los combatientes soviéticos sentían el apoyo de todo el pueblo en cada combate, en cada batalla.
La consigna «¡Todo para el frente, todo para la victoria!» determinaba la vida de los soviéticos.
El lugar de los obreros que habían marchado al frente lo ocupaban sus madres, esposas, hermanas o hijos. Regresaron a la producción los veteranos del trabajo jubilados. Olvidándose del cansancio y el descanso, la gente trabajaba, voluntariamente 13 y 14 horas al día.

En los años de 1941-1945, Kazajstán, repúblicas de Asia Central y Transcaucasia, los Urales y regiones del Volga experimentaron una revolución industrial peculiar. Durante ese período, la producción global de la industria kazaja aumentó el 150%; la uzbeka, casi 200%; la kirguisa, cerca del 90%. La Unión Soviética, que tenía 3-4 veces menos máquinas-herramienta, metal, carbón y energía eléctrica que Alemania y sus satélites, duplicó en los años de la contienda la producción de material bélico.
La donación de sangre fue una forma activa de ayudar al Ejército Soviético. Al terminar la guerra, incluso se decía que fueron los heridos quienes habían alcanzado la victoria. En efecto, la inmensa mayoría de combatientes soviéticos heridos (el 72%) retornaba al frente. En la I Guerra Mundial, el 65% de los heridos murieron a causa de la pérdida de sangre; en la Gran Guerra Patria, sólo uno de cada cien. Y esto era natural. Para los heridos entregaban su sangre incluso los habitantes del Leningrado hambriento, donde las raciones alimenticias que recibieron durante varios meses no rebasaban los 125-250 gramos al día.
Durante la contienda, cinco millones y medio de soviéticos de todas las repúblicas donaron voluntariamente su sangre, y con frecuencia renunciaban a la remuneración correspondiente.
Todo se hacía para el frente, para el ejército.
El 18 de diciembre de 1942 apareció en el Pravda la noticia de que Ferapont Golovati, koljosiano de Sarátov, había entregado 100.000 rublos de sus ahorros personales para construir un avión. Algo más tarde, un médico escocés de Edimburgo envió una carta a Golovati, diciéndole que en el extranjero no se creía que él pudiera tener continuadores.

Pero el koljosiano de Sarátov tenía no sólo continuadores, sino también antecesores. En reuniones y mítines de obreros, campesinos y representantes de la intelectualidad, celebrados en los primeros días de la guerra, se presentaron ya las proposiciones de crear recursos monetarios y materiales suplementarios. Por iniciativa del pueblo se desplegó el movimiento patriótico de ayuda al frente. Fue muy grande la cantidad de material de guerra fabricado con los medios personales de los trabajadores. Si todo lo que se entregó al fondo de la defensa durante la Gran Guerra Patria se expresara en dinero, resultaría que el Ejército Soviético estuvo combatiendo más de un año a cuenta de estos medios.
Desde el mismo momento de comenzar la guerra, la URSS prestó ayuda a los pueblos de Europa que sufrían bajo el yugo del fascismo alemán.
Con el apoyo decisivo de la Unión Soviética, en su territorio se formaron unidades y agrupaciones nacionales de Polonia, Checoslovaquia, Rumania, a las que se entregaron miles de piezas de artillería y morteros, centenares de tanques y aviones. Son ampliamente conocidas las hazañas de los pilotos del regimiento de aviación francés «Normandía-Niemen», que al terminar la contienda regresaron a Francia en aparatos obsequiados por el Gobierno soviético.
En el curso de su misión emancipadora, el Ejército Soviético liberó total o parcialmente los territorios de diez países europeos y dos asiáticos.
Los combatientes soviéticos peleaban fuera de su país con igual hombría y tenacidad que en su tierra natal. No es casual que en muchos países liberados se haya dado el nombre de héroes rusos, ucranianos, uzbekos, georgianos, letones y otros a calles, parques, plazas.
La victoria se pagó a un precio muy alto. El pueblo soviético, que hizo el aporte decisivo a la derrota de la Alemania nazi y sus satélites, perdió más de 20 millones de personas en los campos de batalla, en la lucha contra los agresores en el territorio que ocuparon temporalmente, en los campos de concentración, en las prisiones fascistas. La contienda dejó millones de mutilados, huérfanos, viudas; causó dolor a cada familia. Entre quienes dieron su vida por la libertad y la independencia de la Patria, por la vida y la felicidad de los soviéticos, se encuentran Pável Nenarokov, profesor de literatura y padre del autor de estas líneas, y su tío por línea materna, el zootécnico Ervand Manucharián.

La Unión Soviética perdió casi la tercera parte de su riqueza nacional engendrada con el sudor de muchas generaciones. Los ocupantes hitlerianos hurtaron o destruyeron medios materiales por el valor de 670.000 millones de rublos (en precios de anteguerra). La misma cantidad, aproximadamente, de medios invertió la Unión Soviética en la construcción de nuevas fábricas, centrales eléctricas, vías férreas, sovjoses y otras empresas durante todos los años de preguerra.
Se destruyeron 31.850 empresas industriales; entre ellas, los combinados siderúrgicos de Zaporozhie y Azov, la fábrica metalúrgica de Mariupol, la fábrica de Makéevka y muchas otras, que eran el orgullo y la gloria de la metalurgia soviética.
La base de combustibles y de energía sufrió un enorme daño. En las cuencas hulleras del Donbás y de Moscú se destruyeron más de mil minas. En las explotaciones petroleras de Grozni y del Territorio de Krasnodar se pusieron fuera de servicio o se desmantelaron más de 3.000 pozos de petróleo. Los ocupantes volaron y demolieron 61 centrales eléctricas grandes y considerable número de centrales pequeñas.
El enemigo causó un daño enorme a los ferrocarriles y al transporte fluvial; voló y destruyó decenas de miles de kilómetros de vías férreas y carreteras, estaciones, puentes, líneas de comunicación.
Se devastaron e incendiaron 1.710 ciudades y poblados obreros, más de 70.000 pueblos y aldeas. Se arrasaron los mayores centros: Leningrado, Kiev, Stalingrado, Minsk, Járkov, Dniepropetrovsk, Smolensk, Kursk. Como resultado, cerca de 25 millones de personas perdieron sus hogares.
Los fascistas devastaron la Universidad Estatal de Kiev, la Universidad Estatal de Bielorrusia, el Observatorio Astronómico Central de Pálkovo; asolaron monumentos culturales: museos, pinacotecas, muchos parques nacionales y haciendas, incluidas las de Alexandr Pushkin, León Tolstói, Piotr Chaikovski, personalidades cuyas obras son el orgullo de la cultura no sólo rusa, sino mundial.
La guerra causó profundas heridas al campo. Los ocupantes saquearon y arruinaron más de 100.000 koljoses, sovjoses y estaciones de máquinas y tractores (éstas prestaban servicio a los primeros con su técnica). Las superficies de siembra en el país se redujeron en el 25%. Sufrió muchísimo la ganadería. Por su pertrechamiento técnico, la agricultura retrocedió al nivel de la primera mitad de los años 30. Todo esto originó considerables dificultades a lo largo de muchos años en el suministro de materias primas agrícolas a la industria y de productos alimenticios a la población. Pero el pueblo soviético volvió a ser de nuevo un ejemplo de trabajo decidido.
Durante el primer quinquenio posbélico (1946-1950) se restablecieron, construyeron y entraron en servicio más de 6.000 empresas industriales grandes, es decir, casi tantas como en los dos primeros quinquenios. El volumen de la producción industrial aumentó en el 73%, en vez del 48% previsto en el plan; se incrementó en un 37% la productividad del trabajo de los obreros. Se desarrollaban a ritmos acelerados la construcción de maquinaria y la industria del metal, la electroenergética, la metalurgia y la industria de construcción.
En la industria, se modernizaron los equipos instalados en los años de los primeros quinquenios. Crecía el pertrechamiento energético de la economía. En la parte europea del país comenzó a formarse el Sistema Energético Único.
Aumentaban los ritmos del reequipamiento técnico del transporte. En 1956 se aprobó el plan general para electrificar los ferrocarriles, que preveía pasar —en 15 años— 40.000 kilómetros de vías férreas al sistema eléctrico.
En 1955 apareció en las rutas nacionales e internacionales el Tu-104, primer aparato reactivo del mundo en la aviación comercial, diseñado por el académico Andrei Túpolev, famoso constructor de aviones. La Unión Soviética fue el pionero en el empleo pacífico de la energía atómica, comenzando con éxito en 1954 la explotación industrial de la central atomoeléctrica en la ciudad de Obninsk, cerca de Moscú; en 1957 empezó a trabajar el rompehielos atómico Lenin.
El ejemplo más relevante del progreso científico-técnico de la URSS en los años de posguerra fue el lanzamiento del primer satélite artificial de la Tierra (4 de octubre de 1957). Con ello se comenzaron a materializar los planes más audaces de la humanidad. En el comunicado del Gobierno soviético se destacaba que con «el lanzamiento del primer satélite de la Tierra, construido por el hombre, se hace un grandioso aporte al acervo de la ciencia y la cultura mundiales».

Los lanzamientos ulteriores de satélites de la Tierra con animales, plantas e insectos experimentales fueron el comienzo del desarrollo de muchas ramas de las ciencias naturales y la técnica, de la aparición de nuevas disciplinas científicas (biología cósmica, medicina cósmica y física cósmica).
Los admirables logros de la ciencia soviética en física atómica, conquista del cosmos, radioelectrónica están vinculados con los nombres de sabios soviéticos tales como Igor Kurchátov, Mstislav Keldish, Serguéi Koroliov, Piotr Kapitsa, Anatoli Alexandrov, Lev Landau y otros.
Con el fin de coordinar los esfuerzos de los científicos de los países socialistas en el empleo pacífico de la energía atómica, en la ciudad de Dubná, cerca de Moscú, se creó el Instituto Unido de Investigaciones Nucleares. En abril de 1957 allí comenzó a funcionar el acelerador más potente de partículas atómicas que existía entonces.
En la segunda mitad de los años 50, los científicos soviéticos adoptaron, por vez primera, una serie de medidas encaminadas a sanear la situación internacional y terminar con la desconfianza y la enemistad engendradas por la política de la «guerra fría», que llevaban a cabo los Estados imperialistas en los años de posguerra. En la Conferencia para el empleo de la energía nuclear con fines pacíficos, celebrada en Ginebra en 1955, los representantes de la Academia de Ciencias de la URSS presentaron un informe detallado sobre la instalación y la experiencia adquirida en la explotación de la primera central atomoeléctrica industrial del mundo. En 1956, el académico Igor Kurchátov presentó en Inglaterra un informe sobre el trabajo de los físicos soviéticos en el terreno de la síntesis termonuclear dirigida. En aquellos años, esas investigaciones se consideraban supersecretas en todos los países.
A mediados de los años 50, el partido acordó comenzar la roturación de millones de hectáreas de tierras vírgenes y baldías en las zonas orientales. El creciente poderío industrial de la URSS permitía materializar, desde el punto de vista técnico, ese dificilísimo proyecto.
Más de medio millón de voluntarios –representantes de muchas nacionalidades— de distintas regiones del país respondieron al llamado del Partido Comunista de roturar dichas tierras; todo el país participó en la solución de esta tarea.
La historia de la humanidad no conocía una labor tan grandiosa para producir cereales. En un corto plazo se roturaron 42 millones de hectáreas; de ellas, 25 millones en Kazajstán. En 1956, esta república ya obtuvo, por primera vez en su historia, mil millones de puds (un pud = 16,3 kg) de cereales, en lugar de los 600.000 previstos en el plan. De las tierras vírgenes roturadas, sólo en Kazajstán el país recibió más de 6.000 millones de rublos de beneficio líquido.
En los años de posguerra, la Unión Soviética restableció la economía destruida en la contienda y se convirtió en una gran potencia socialista con economía altamente desarrollada, con ciencia y cultura avanzadas. Hacia finales de los años 50, el producto social total de la URSS aumentó 3,5 veces respecto a 1940; la producción de la industria, 4,3 veces, siendo de destacar que la producción de medios de producción creció más de 5 veces. El volumen de la producción agrícola global superó el nivel de anteguerra en más de vez y media. La renta nacional aumentó casi 4 veces.
Se operaron también profundos cambios en la palestra internacional. Con la formación y fortalecimiento del sistema socialista mundial, el crecimiento del poderío económico y defensivo de la URSS y de toda la comunidad socialista, se hizo evidente el carácter irreversible del proceso de renovación socialista del mundo. Se manifestaba con cada vez mayor diafanidad el incesante acrecentamiento de la influencia del socialismo en el desarrollo de la humanidad[1].
[1] Lamentablemente, los progresos de la URSS y del campo socialista deslumbraron tanto al Movimiento Comunista Internacional que éste relajó la vigilancia sobre los elementos favorecedores de la contrarrevolución capitalista. El tropiezo del socialismo ha sido grande pero el futuro sigue perteneciéndole, porque el socialismo es el fruto de las contradicciones que el régimen burgués desarrolla en sus entrañas de manera irremediable.